En "Chancho de Agua", Sebastián Sigal indaga los problemas de una generación de treintañeros que se resisten a madurar y, a la vez, lo buscan desesperadamente.
La novela “Chancho de agua“, ópera prima de Sebastián Sigal, habla del tránsito hacia la madurez, del paso de la condición de hijo a la de padre, a través de un protagonista que, debido a una ruptura sentimental, se descubre repentinamente adulto y con pocas herramientas para encarar ese desplazamiento.
El libro, publicado en el sello Reservoir Books, trata de “un individuo que está incómodo donde está y que en esas condiciones comienza un duelo -resume en diálogo con Télam Sigal (Buenos Aires, 1983)-, es la historia de una desilusión que empieza como un desamor y termina con uno mismo”.
Sigal comenzó a escribir “Chancho de agua” hace tres años y, como estudiante de cine, primero pensó la historia en imágenes, pero enseguida se convirtió en una novela sobre Andrés, el treintañero que abandona a su pareja (madre de su hijo de tres años) cuando se entera que tuvo un romance con otra persona.
– ¿Cómo comenzó esta novela?
– El disparador es una aventura que parece un desamor pero que en realidad es una muerte propia. El protagonista está perdiendo una parte de él cuando se separa de la persona que lo acompañó durante diez años -siente que no puede ni respirar, que no puede ni salir a la calle-, y ese duelo termina siendo una búsqueda más ancestral, una vuelta constante al propio origen que se transforma en la obsesión por encontrar el momento en que se disoció de sí mismo, un viaje en el que se le activan otras muertes: familiares que perdió, cosas que no dijo.
– El narrador cita las Tablas de la ley, repasa cómo Moisés las rompe, reflexiona constantemente sobre las tradiciones y las cuestiona casi como metáfora de su propia paternidad.
– Esta es una ficción pero soy padre, y desde ahí pensé al narrador, la historia abarca el primer año de duelo del protagonista, cuando va en camino de conformarse en padre aunque su hijo ya tenga tres años. Como escritor traté expresar ese sentimiento que uno tiene de chico, que ve a sus padres como una institución, contrapuesto con eso que nos pasa luego, de adultos, cuando sentimos que nunca terminaremos de estar preparados para ser padres.
– Las partes más míseras del mundo masculino heterosexual salen a relucir en varios pasajes.
– La reacción de él es casi de manual, un manual escrito por el mandato cultural y social. A él se le destruye el mundo y siente que se lo destruyen adrede, le cuesta ponerse en el lugar del otro, le cuesta entender la libertad del otro o las cosas que pueden llegar a suceder en una pareja. Y con la ausencia de esa figura fuerte de su mujer, el narrador se siente desorientado, no puede hacer pie, pero en un momento le da un poco de tristeza su propia exageración, creer que lo suyo es la mayor tragedia de la vida, y ahí comienza su camino hacia la madurez. Cuando empieza a ver eso, entiende que puede seguir adelante.
– ¿Cómo definirías el tono de la novela?
– La idea fue acompañar un pensamiento caótico, instalarme dentro de la cabeza de Andrés y traducir eso al texto. Fue un viaje encontrar a ese personaje, me costó llegar, probablemente tenga que ver con el humor absurdo y corrosivo que buscaba para la novela, ese que expone la insuficiencia de la condición humana. En su exageración, en la manera que vive las cosas, hay situaciones que terminan siendo divertidas.
– ¿Hay pasajes no tan divertidos, como cuando el protagonista maltrata a su ex llamándola “puta” e “hija de puta” porque se enamoró de otro, o escenas como las del amigo que manosea a una chica en una fiesta y se hace el desentendido?
– Ahí se exponen sus propias carencias, su pedantería. Me atraía sobre todo narrar un personaje que no la está pasando bien, que se enfrenta a una situación inesperada, como la separación de su pareja y el derrumbe de su vida, pero que en un momento nota que su padecimiento no es tan original. Lo veo como a un personaje inofensivo: le cuesta mucho encarar los vínculos, es bastante egocéntrico y de pronto se encuentra siendo padre y siendo un niño.
– ¿Hay algo generacional en la relación que trabajaste entre los sexos, en esos varones un poco desorientados, siempre como un paso atrás de la autonomía de las mujeres con las que se vinculan?
– Lo que pasa todo el tiempo es que él siente mucha bronca contra su ex mujer pero la admira profundamente, admira su rol, como con su madre, que la ama pero es un poco hiriente. Julia es un poco su mamá también, en cómo lo organiza. El protagonista empieza a hacer un pasaje tardío de algo que ya ocurrió, el orden lo lleva ella, él se deja; es un neurótico que piensa siempre en sí mismo, no puede frenar la cabeza y está tratando de hacer pie. Andrés es un chancho que en lugar de revolcarse en el fango se revuelca en el agua, en las profundidades de su pensamiento, y se regocija con eso, consigo mismo.
– ¿Ahí empieza a cobrar importancia esa definición de “judío-ateo-comunista” a la que el narrador regresa a lo largo de estas páginas?
– Eso tiene que ver con la búsqueda de un ancla que ni siquiera encuentra en lo espiritual, por eso se obsesiona con la pertenencia al judaísmo sin un Dios, con cómo se transmite una religión a través de una cultura y no en forma de creencia. Ahí se juega parte de su identidad. Andrés está todo el tiempo derribando lo que aprendió y a medida que van pasando los meses se empieza a amigar con esos mandatos y tradiciones, está atravesado por la desilusión y la bronca, en principio, de sentir que lo dejaron solo, pero a medida que pasa el tiempo se empieza a amigar con esa soledad. Quizá sea un libro sobre identidad y desilusión, sobre un tipo que se pierde a sí mismo y se vuelve a encontrar a partir de la existencia de una desilusión, de esa bronca que siente hacia su mujer… y empieza a dudar si es en verdad contra ella, porque tampoco le gusta su vida. A veces los varones tienen mucho menos huevo para asumir la infelicidad de una pareja, y él en lugar de hacerse cargo de eso deja que ella tome las riendas. Lo que se da cuenta, en el camino, es que no estaban bien, y que quizá ella no tiene la culpa.